Levantado para conmemorar la apertura de nuestra Y, allá por 1976, nos ha acompañado siempre que íbamos a Madrid, a León, a Oviedo, a Avilés, o volvíamos. El coche pasaba volando a su lado con un ensordecedor ruido afilado, de radial, de ese hormigón tan molesto, que no nos dejaba escuchar la radio, y casi ni hablar, sino era a voces. A mi siempre me provocó un sentimiento de admiración misteriosa, una nota de color en el gris del cielo, en el verde, en el azul del embalse, en el óxido al que precede, ese color amarillo tan potente... anunciaba que llegábamos a casa.
Al fin un merecido homenaje a Joaquín Vaquero Turcios.
Salud!
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